Crónica: Cuando un amigo se va.
Por Ramón Avalos Rodríguez
Para Flores Claro Torres no existían dificultades ante el cumplimiento de cualquier tarea. Imponía su sello particular de que siempre se podía llegando a convertirse en una figura imprescindible para el sindicato provincial y los azucareros villaclareños.
Su pueblo natal fue Camajuaní, aún cuando residía en Santa Clara, no era doctor pero si un incansable escudriñador de la verdad y con su inteligencia natural llegaba hasta el final de todo cuanto se proponía.
Su vocación por el sector agroazucarero le mereció el cariño, respeto y admiración de cuantos lo conocieron. Sentía devoción por lo que hacía y se distinguía por ser incansable, dejando siempre el más grato y profundo recuerdo.
Flores, el hiperactivo, así calificaban a su persona de talla pequeña pero grande por su accionar e indetenible, imprimiéndole seriedad y responsabilidad a la labor diaria.
Decía no tener sangre para estar cruzado de brazos mientras existían tantas cosas por hacer. Una forma peculiar de actuar que todos comprendían y con la cual impregnaba aliento, ánimo, espíritu y capacidad de actuar.
Cumplidor cabal de todas las misiones que se le asignaban, trasladándose a los más intrincados lugares sin detenerse nunca a exigir recompensa por ello. Tenía el don de imprimirle a la botella (transporte) su propia dinámica y siempre en tiempo.
Un padre exigente, un compañero y amigo, un criollo jaranero y siempre con la sonrisa a flor de labio, que se despidió físicamente de nosotros cuando marcaba sus 72 años de vida. Pero su recuerdo de hombre a prueba de todo siempre nos acompañará y repitiendo su frase favorita ESTAMOS AL CIEN Florito.
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