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El síndrome de la cultura de la espera.

Por Ramón Avalos Rodríguez

 Muchas son las acepciones  que caracterizan el término de  esperar. Digamos quedarse en un lugar hasta que llegue una persona u ocurra una cosa o tener la esperanza de conseguir algo que se desea.

 Se dice también esperar sentado, lo cual indica que es poco probable que ocurra una cosa, o que, en todo caso, ocurrirá con mucho retraso sobre el momento deseado. Esta es una de las más dañinas y la que más se práctica en nuestro entorno, sintetizada en la expresión solo nos queda esperar.

 El inglés Francis Bacon dijo hace más de cuatro siglos  que la ocasión hay que crearla y no esperar que llegue, frase que retumba en los actuales momentos con una fuerza tremenda.

 Señores, no son pocos los lugares donde puede apreciar como hay personas que   practican con un gran desenfado la cultura de la espera y no asumen un compromiso hasta  no recibir la orientación, perdiendo liderazgo, personalidad propia y atarse al cinturón de la monotonía.

 Cultura de la espera o el síndrome de la espera, términos que bien pueden calificar esta enfermedad que no pocos escapan de ella.

 Esperar no siempre es malo, pero no hablamos de esa espera necesaria y objetiva. Nos referimos a la otra, la que  engorda la ineficiencia y actitudes que afectan el cumplimiento de una tarea, decisión, acuerdo, política.

 ¿Cuántas veces se ha valorado el daño que ocasiona esperar por  la decisión de poner en práctica una determinada medida o un determinado proyecto?.

 Traigo este tema a tenor, pues aún cuando se ha dicho bien claro por el presidente Raúl Castro que la  actualización del  modelo económico debe marchar  sin pausa, pero sin prisas,  procurando hacer las cosas bien y sin temores, es imprescindible eliminar trabas que imponen  algunas personas al deleitarse con la espera.

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